"Jugando con el lenguaje sin palabras"
03/01/2018
Per Fernando Solla

La Seca Espai Brossa retoma el espectáculo Poemes visuals, una pieza muy cercana a las rapsodias sin vocablos de Joan Brossa. Un juego mucho más sensible de lo que pueda parecer a simple vista, nunca mejor dicho, y que lleva desde 1994 dando vueltas por el mundo.
Lo que más llama la atención de la propuesta de Jordi Bertran, autor y director de la pieza, es que la ternura que se desprende hacia un oficio y hacia un lenguaje, eminentemente comunicativo, no está reñida con la generosidad de registros. En un mundo en el que cada vez nos cuesta más prestar atención para escuchar, más incluso para fijar la mirada, el ideal didáctico de estos Poemes visuals resulta su mayor virtud. Eso se consigue gracias al dominio del tiempo y el ritmo que todos los implicados en el desarrollo de la propuesta han sabido insuflar.
Tres intérpretes (marionetistas y manipuladores) son los encargados de que la creación de este mundo de significación tan particular acontezca ante nuestros ojos con aparente sencillez. Aunque el cómo es aquí tan importante como el qué resulta imprescindible que el plano perceptivo priorice en el contenido. Lo mejor que se puede decir de todos los artistas que desarrollan este espectáculo es que parecen desaparecer tras su creaciones, dando vida a algo que, por otro lado, sin ellos y su buen hacer sería imposible. Tanto Miquel Nevado como Isabel Martinez y Pau Murner, que alternan funciones con Eduardo Telletxea y el propio Bertran, dominan ese oficio de hacer tangible lo invisible, imposible e inanimado.
Una interpretación con todas las de la ley, totalmente adecuada al formato y contenido de lo que se quiere explicar. Un gran dominio del material de espuma en forma de letras y figuras esféricas que sabe utilizarse tanto para crear las imágenes buscadas como potentes metáforas y alegorías. Esferas que pueden ser cabezas continentes del pensamiento e imaginación sublimados artísticamente. La focalización en la mesa de trabajo es también muy importante, ya que consigue que fijemos la mirada en lo verdaderamente importante. Mención especial para el dominio vocal (para crear sonidos de instrumentos y distintas onomatopeyas) de los tres protagonistas, especialmente de Nevado.
De cara al público infantil, también nos encontramos ante un espectáculo muy a tener en cuenta. Resulta complicado encontrar propuestas que no vayan directamente dirigida a los más pequeños pero que los incluya y los abrace de un modo tan significativo como aquí. Si los más jóvenes se acostumbran a mirar a las artes escénicas como una entrada al mundo de los adultos, a la vez acceso y algo nuevo que descubrir, estamos creando al público del futuro. En presente. Quizá no se trate de buscar un lenguaje especial y propio para ellos, sino de ofrecerles las herramientas básicas y necesarias para que entren a formar parte de este universo tan alegórico como participativo y comunicativo e incluirlos de pleno. En este terreno, la labor de la Companyia Jordi Bertran es muy valiosa.
Finalmente, Poemes visuals se convierte en una buena oportunidad para reflexionar sobre la validez del lenguaje visual en el ámbito escénico. En un terreno donde está claramente establecido que la palabra es la herramienta básica e indispensable, propuestas como la que nos ocupa demuestran que no hay una única vía de aproximación y que las artes escénicas mantienen un espacio privilegiado para el teatro visual. Y la aportación de Jordi Bertran es un buen reflejo de ello.




Y allí es donde comenzó la magia… La magia de ver a un Charlot patinando con gran maestría, durmiéndose en su simpático banco (algo que robó más de una carcajada a mi pequeño) y regalando una flor a su amada. Y todo acompañado de míticas piezas musicales que añadían belleza a unas escenas ya de por sí de una cuidada estética. Y después, con la música de Chaplin de fondo, llegan Fratello y Titina, dos enamorados payasos que nos cuentan una bonita historia llena de poesía (aunque no exenta de divertidos guiños que provocan más de una risa entre el público). Una historia en la que Jordi Bertrán demuestra su gran maestría moviendo los hilos mientras que los payasos caminan por la cuerda floja o tocan el saxo. Y después de estas espectaculares escenas, Jordi Bertrán nos sorprende acercándose más aún al mundo de los niños mediante distintos efectos sonoros y visuales que hacen que todo el público terminemos persiguiendo miles de pelotas imaginarias, con las consiguientes carcajadas de todos los niños (y adultos) presentes, para finalizar con una actuación heavy-metal al más puro estilo del grupo AC/DC que consiguió hacer bailar a más de uno junto a la “terrorífica” marioneta.

